Familias y sus vicisitudes: entre vínculos, cambios y desafíos
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25/09/2025“Salir del clóset” es una expresión que muchas veces se utiliza como si nombrara un momento único, casi ceremonial, en el que una persona LGBTIQ+ revela su orientación sexual o identidad de género. Sin embargo, desde la clínica psicológica, sexológica y el psicoanálisis, sabemos que no se trata de un acto puntual, sino de un proceso subjetivo profundo, sostenido en el tiempo y atravesado por la mirada del Otro.
Quienes forman parte de la diversidad sexual y de género no nacen “en el clóset” por decisión propia. Nacen en una cultura que ya lo ha construido: una cultura que presupone heterosexualidad, cisgeneridad, binarismo, y que instala la idea de que hay una sola forma correcta de ser, amar o habitar un cuerpo. Por eso, el clóset no es una elección personal, sino un efecto de la heteronorma como matriz cultural.
No se sale del clóset una sola vez
El clóset no es sólo familiar. Está en la escuela, en el trabajo, en los consultorios, en los formularios, en los baños públicos, en la forma de saludar, de preguntar, de nombrar. Y por eso, salir del clóset se vuelve muchas veces un ejercicio diario: reafirmar la identidad, explicar el deseo, corregir pronombres, tolerar preguntas invasivas, enfrentarse al juicio o la sospecha.
Este ejercicio cotidiano puede resultar desgastante y hasta violento, especialmente cuando no hay condiciones simbólicas ni institucionales que acompañen ese decir. En la práctica clínica, lo vemos: la angustia, el miedo al rechazo, la necesidad de ocultar aspectos esenciales de la identidad, impactan directamente en la salud mental y en el bienestar emocional.
Asumirse como un acto ético
Desde el psicoanálisis, asumirse no es simplemente «contar» algo. Es un acto del sujeto, vinculado a la posibilidad de habitar el propio deseo, de ocupar un lugar singular frente al Otro. Pero para que ese acto sea posible, tiene que haber condiciones. Tiene que haber un entorno que no fuerce, que no excluya, que no patologice.
Asumirse es saludable, sí, pero no porque responda a una exigencia de transparencia o autenticidad, sino porque implica salir de lugares impuestos por la norma. Es una forma de correrse del silencio y del mandato, de encontrarse con una palabra propia, con un deseo que no se define por lo permitido o lo esperable.
¿Y si cambiamos la pregunta?
Tal vez la pregunta no sea por qué alguien no sale del clóset, sino por qué seguimos creando espacios donde alguien tenga que hacerlo. ¿Por qué aún es necesario dar explicaciones sobre el deseo o la identidad? ¿Qué nos dice eso sobre cómo está organizada nuestra cultura?
Salir del clóset no debería ser una obligación ni una carga. Debería ser, si acaso, una posibilidad, una elección libre, acompañada por un entorno que escuche, que respete, que no condicione. Pero más profundamente aún: deberíamos trabajar por construir un mundo en el que nadie tenga que justificar quién es.